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Cuba: Revolución, Autogestión y Cooperativas


Revolución, Autogestión y Cooperativas
Una visión desde la presente perspectiva cubana

Humberto Miranda Lorenzo

ALAI AMLATINA, 26/07/2011.- Quienes conocen (y sobre todo disfrutan) de béisbol saben que el juego no termina hasta que caiga el último “out”. Por eso disiento de los enfoques “terminales” acerca de la
Revolución cubana. No importa cuántas carreras debajo estemos, todavía nos quedan turnos al bate.

Justo ahora, en medio de una compleja situación (nada nuevo para cubanas y cubanos) se evidencian un sinnúmero de alternativas que podrían imprimirle un giro positivo al proceso más allá de la idea de “mantener” lo alcanzado. Centrarse únicamente en defender las conquistas lleva también a la trampa de defender un status de inmovilismo que deriva, sin remedio, en la muerte del proceso. Pero para “ir más allá” se requieren altas dosis de audacia, inteligencia colectiva y voluntad real de que el pueblo no solo “tome parte”, sino, y sobre todo, que protagonice y dirija el proyecto social de la Revolución.

Se ha hecho sentido común la visión sobre la necesidad de cambios en la economía, lo cual se ha traducido como “actualización del modelo económico”. Tales cambios son imprescindibles, pero pueden dejar de
carecer de sentido en términos del socialismo, si no van de la mano de cambios en la estructura política presente que data de 1976.

La sociedad cubana ha cambiado, se ha diversificado. Han aparecido relaciones y actores económicos y sociales que en aquel entonces no existían o no impactaban el proceso. Han ocurrido importantes cambios culturales dentro de la sociedad, al tiempo que se han operado transformaciones en el paradigma del socialismo y en la ideología revolucionaria de amplio efecto en los ciudadanos y ciudadanas que formamos parte de esta sociedad.

A ello debe añadirse que a escala internacional la realidad, la coyuntura y el contexto han cambiado drásticamente. Si bien la Constitución y el sistema político que nos dimos en 1976 se correspondían con la plataforma técnica económica y con la estructura social existentes, en treinta y seis años se han registrado
transformaciones esenciales.

No existe más ni la URSS ni todo el bloque económico y político en el que la Revolución se apoyó y con el cual estaba alineada. El proyecto de país se vio afectado y fue necesario un rediseño sobre la marcha, en retroceso y con una ofensiva que arreciaba desde Estados Unidos para que fuéramos los próximos en caer. En Miami se hacían maletas para el regreso triunfal, al tiempo que se coreaba “ya vienen llegando”. La ropa se estrujó en las valijas y la canción pasó de moda.

Desde fines de los 90 en nuestro contexto natural, Latinoamérica y el Caribe, han tenido lugar procesos de renovación social como la Revolución Bolivariana en Venezuela y las transformaciones en Bolivia y Ecuador cuyas propuestas han tenido amplia repercusión regional y global. En términos domésticos, han promovido en cierta medida nuevas maneras de concebir y llevar a cabo el socialismo.

Hay dos aspectos que no pueden ser ignorados. Uno es que el conflicto con Estados Unidos es un actor interno de la realidad cubana y está mediando en casi todos los sectores de nuestra vida. Segundo, y más
importante aún, es innegable la valentía y consecuencia política, así como la inteligencia de la dirección del país para garantizar la sobrevivencia del proceso en medio de la debacle global de los 90.

Fue necesaria una reforma que abrió la maltrecha economía a la inversión de capital extranjero a través de empresas mixtas de conjunto con el estado. Se situó al turismo internacional como fuente principal de ingresos y liquidez financiera para palear la falta de créditos y sortear el bloqueo. Esas fueron medidas necesarias a la vez que riesgosas en tanto no eran asépticas socialmente y trajeron consigo regresiones en el terreno de las ideas y las convicciones.

Apareció el autoempleo (trabajo por cuenta propia) como forma de recolocación de masas de trabajadores sin espacio en la economía “formal”. Se estimularon formas y relaciones de mercado como palanca en busca de la eficiencia. Se permitió la libre tenencia y circulación del dólar norteamericano en la economía interna, pasando el envío de remesas desde el exterior a ser otro factor importante de ingreso de divisas.

Desde las Fuerzas Armadas se comenzó a aplicar el “perfeccionamiento empresarial”, primero como forma de contribución eficiente a los tan necesarios gastos en la defensa, y luego se fue extendiendo como
experiencia al sector civil. De hecho, una buena parte del sector turístico está gestionado por una empresa perteneciente a las FAR.

La reforma económica de los 90, que fue mucho más amplia que lo anteriormente mencionado, contribuyó inmensamente a la sobrevivencia de la Revolución, aunque la causa fundamental de esa permanencia en el
espacio y el tiempo radica, como siempre, en un pueblo que ha soportado las más difíciles condiciones en la vida cotidiana y en su mayoría se mantiene firme en sus ideales de independencia y justicia social. El pueblo cubano, por encima de todo, sabe lo que “no” quiere.

No obstante, las medidas aplicadas en los 90 tuvieron, como todo, otra cara de la moneda. Los principales baluartes de la vida digna de los cubanos y cubanas: la educación de alto nivel gratuita y universal, el sistema de salud de incomparables resultados y la seguridad social y ciudadana se vieron seriamente deprimidas y afectadas. El éxodo desde esos sectores, el deterioro de la base material y, sobre todo, el deterioro de lo que los tecnócratas gustan llamar “capital humano” ha tenido efectos negativos, algunos de los cuales aún están por emerger.

En medio de la escasez más profunda aparecieron empresarios y turistas extranjeros oliendo a capitalismo exitoso. Al mismo tiempo que los ciudadanos nacionales fuimos privados del acceso a las instalaciones
turísticas y recreativas, aparecía un sector social marginal (y marginado, pero activo) que fue creciendo y consolidándose como actividad económica “informal” (pero cada vez más organizada) y cuyos impactos sociales, aunque oficialmente se traten de desconocer o se minimicen, son extensos y profundos.

Por otro lado, el estado como propietario y gestor mayoritario de la economía, en un contexto de crisis y contracción, se veía obligado a reducir gastos y comenzar a desprenderse de personal y empresas sobrantes e incosteables. La realidad era diáfana, el estado no podía continuar gestionando centros de producción y servicios ineficientes, altos consumidores de energía, sin insumos ni repuestos para funcionar, sin capitales y sin perspectiva de mercados.

Debe señalarse que la vocación humanista de la Revolución no se vio resentida. En nuestro país no se adoptaron paquetes de medidas de ajuste estructural como los que el FMI y otros organismos testaferros
del capital implantaron en muchas economías en el mundo. A los trabajadores no se les lanzó a la calle y se les abandonó a su suerte. 

Se implementaron planes de formación y capacitación conjuntamente con programas de asistencia social. Tamaño desafío se asumió con responsabilidad.

Sin embargo, en ningún caso se intentó la experiencia de que los trabajadores recuperaran las fábricas y centros de trabajo en los que ni el estado podía ni el capital extranjero estaba interesado en invertir. Una gran cantidad de centros de producción fueron cerrados, decenas de centrales azucareros dejaron de producir haciendo desaparecer la experiencia de siglos de producción de azúcar y una vida alrededor de los bateyes que quedó congelada en el tiempo y el olvido.

Por esa época, y ante la imposibilidad de mantener las grandes empresas estatales en el agro, se implementó un proceso de cooperativización de las mismas consistente en dividir las áreas de cultivo y los medios de producción, otorgar la tierra en usufructo (manteniendo la propiedad en manos del estado) y vendiendo maquinaria y medios de trabajo sobre la base de créditos blandos. Surgían así las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC).

Yo he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado.
Silvio Rodríguez. “Resumen de noticias”.

Muchos trabajadores agrícolas se fueron a dormir una noche siendo obreros del campo y amanecieron siendo cooperativistas. Aunque lo más difícil de ese proceso no radicó en ese cambio tan brusco en su
condición, sino en que, en su gran mayoría, las UBPC’s estaban ahogadas por trabas burocráticas, sin capacidad de decisión colectiva sobre la producción y sus destinos. Eran una reproducción de los
esquemas organizativos verticalistas que dejaban poco espacio a la iniciativa y búsqueda de trabajo en red con estructuras homólogas.

Las UBPC’s se sumaron a otras formas de cooperativas ya existentes; las CCS (Cooperativas de Créditos y Servicios) y las CPA (Cooperativas de Producción Agropecuarias), surgidas ambas al calor del proceso
revolucionario, aunque en períodos diferentes. En todos los casos existen rasgos comunes que deben ser tenidos en cuenta.

En primer lugar, las cooperativas en el caso cubano son un fenómeno ligado a la Revolución, pues no se registran asociaciones de ese tipo a grandes escalas antes de 1959. En la Isla, en términos de la economía, lo que no era un gran negocio, era un “chinchal”. Esta razón histórica explica en alguna medida la facilidad con que el trabajo por cuenta propia se extiende en nuestro país. La “ofensiva revolucionaria” de 1968 cortó un ciclo de reproducción de pequeños negocios individuales, pero reaparecieron con la reforma de los 90 y
hoy se fortalecen en un segundo impulso a raíz de la “actualización”.

Cuando aparecen las CCS ya la economía cubana funcionaba gestionada por el estado y el país comenzaba a insertarse en el sistema de relaciones del bloque socialista liderado por la URSS. Las CPA surgen en una Cuba perteneciente al CAME y en un modelo de economía planificada centralmente. Ello condicionó la visión y la puesta en práctica de las mismas.

De una parte, debe señalarse que la Revolución cubana no practicó la cooperativización forzosa al estilo estalinista. Existen numerosas intervenciones del propio Fidel en las que llamaba al convencimiento, a la asociación voluntaria y al respeto a la decisión de los campesinos de agruparse o no en cooperativas.

Ahora bien, siempre fueron vistas como una forma de propiedad no estatal, nunca como una forma de gestión colectiva de la producción por parte de los trabajadores y además, su ámbito estaba reducido a la actividad agrícola. Nunca se concibió la forma de gestión cooperativa en el sector urbano ni en la industria. Eran un paso (casi un mal necesario) hacia “nuevas formas de producción”. Dicho en otros términos, un camino hacia la producción a gran escala en granjas estatales.

El carácter socialista de la Revolución no fue una importación forzosa, como se ha pretendido acuñar por parte de sus enemigos. El capitalismo era el plan de la dependencia infinita, del gran casino de La Habana, del exportador de azúcar que importaba caramelos, del marine americano ebrio mancillando la estatua del Apóstol sin que sucediera nada, más allá de la indignación popular. El socialismo no llegó a nuestra isla montado en tanques soviéticos, sino que es el proyecto de sociedad que nos trajo a los cubanos y cubanas un país que no teníamos.

Del mismo modo es necesario entender que al triunfo de la Revolución el socialismo realmente existente, ya burocratizado, centralizado y estatista era la noción predominante a escala internacional y con la cual interactuamos, a la cual nos integramos. Muchos de los métodos y estructuras económicas y políticas adoptadas y, más aún, buena parte de la formación de nuestros cuadros resultaron de esa relación que,
por encima de toda duda, fue estratégica para un proyecto social enfrentado a la mayor potencia imperial de la Historia.

Y si bien las reformas de los 90 constituyeron, en gran medida, una relectura del análisis leninista de la NEP, no puede afirmarse que la noción de Marx sobre trabajo libre asociado haya tenido el suficiente espacio en el debate y en el establecimiento de las estrategias de construcción social; y esto provee una explicación a la ausencia del cooperativismo y la autogestión como formas de gestión colectiva de la producción y los servicios y como alternativa en medio de la crisis. 

El socialismo era la centralización de todos los procesos en manos del estado y gestionado por sus instituciones.

El liderazgo histórico de la Revolución, encarnado hoy en la figura de Raúl, en el Informe Central al recién efectuado Congreso del PCC afirma:

La experiencia práctica nos ha enseñado que el exceso de centralización conspira contra el desarrollo de la iniciativa en la sociedad y en toda la cadena productiva, donde los cuadros se acostumbraron a que se decidiera desde “arriba” y, en consecuencia, dejaban de sentirse responsabilizados con los resultados de la
organización que dirigían. (…)

Esta mentalidad de la inercia debe ser desterrada definitivamente para desatar los nudos que atenazan al desarrollo de las fuerzas productivas. Es una tarea de importancia estratégica (…)

Desde esa perspectiva cabe entonces aventurarse a proponer otros caminos no solo deseables, sino posibles. Entendiendo desde el principio que el peor enemigo de cualquier emprendimiento social es la absolutización y el reduccionismo. Tan nefasta ha sido la absoluta estatización y burocratización de todos los procesos económicos y de la vida en general, como plantear que LA solución ahora está en más capitalismo, o en el “cuentapropismo” (con toda la carga de individualismo que entraña), del mismo modo que pensar que las
cooperativas y la autogestión son la única receta posible para salir del atolladero económico y mantener viva la Revolución. Habrá que dar espacio y cabida a toda una serie de posibilidades y, más importante aún, conectar todas esas experiencias entre sí y a escala social.

El propósito de cualquier propuesta no deberá ser otro que articular la diversidad de formas de producción para consolidar una hegemonía socialista que haga realmente irreversible la Revolución, para que la sangre y el sacrificio que ha costado no sean en vano. Es necesario crear un marco, como se ha hecho, para que el capital invierta en determinados sectores de la economía. Es necesario proporcionar, como se está haciendo, un entorno favorable al trabajo por cuenta propia. Y también es necesario acabar de desterrar los temores y estereotipos en torno a las cooperativas y la autogestión y darle, allí donde sean aplicables, los espacios y la legitimidad que le corresponden para fortalecer la producción colectiva lo cual, sin dudas, contribuirá al
objetivo fundamental de nuestro proyecto: el socialismo.

* ver texto completo en http://alainet.org/active/48284
- Humberto Miranda Lorenzo es Doctor en Filosofía, investigador del grupo GALFISA del Instituto de Filosofía del CITMA, en La Habana.

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