En las universidades públicas y privadas se recibieron muchos estudiantes de variadas ciencias referidas al campo, que luego fueron productores agropecuarios, técnicos e investigadores. Muchos de ellos fortalecieron el INTA, organizaron los grupos CREA en todo el país, funciono el ínter actuar público-privado y comenzó a gestarse el conocimiento y la tecnología aplicada a la producción rural.
El laborioso proceso, de bajo perfil pero muy sustancioso, continuo en los años 80 incorporando la biotecnología al campo argentino. Sector que estaba estigmatizado ante la opinión publica por aquel histórico transcurso de desarrollo del periodo de los años 1870-1945, en el que llevo la superficie sembrada de 1 a 27 millones de hectáreas en solo poco más de 2 generaciones.
Aquella natural especialización productiva de alimentos seguramente tuvo varias inequidades, falencias e imperfecciones, muchas de ellas propias de los contextos generales de entonces. Pero, sin duda, que no resultaban razones validas para desestimar una producción basada en ventajas comparativas genuinas y nacionales.
Su “pecado” fue crecer por la exclusiva vía de la expansión del factor tierra, la inmigración de muy laboriosos recursos humanos y la recepción de capitales extranjeros para inversiones en transporte, almacenaje y puertos. En el crítico análisis quedaron de lado las inevitables restricciones que entonces se enfrentaban: la absoluta inexistencia de tecnología, la escasez de población y la ausencia de suficiente capital nacional.
Ello, le había costado al campo el mote de atrasado “sector primario”, su desestimación para ser industrializado y, desde 1945 hasta mediados de los años 80, la implementación de planes y leyes nacionales y provinciales “Pro-industria”, pero en general desconectados del agro. Ello genero un falso antagonismo campo-industria, en lugar de su lógica y natural complementariedad.
En realidad, el campo argentino siempre había sido “embretado” por un doble tipo de cambio de la moneda local con la divisa extranjera: “caro” cuando debía comprar sus insumos y equipos y “barato” para vender sus productos. Ello le impedía incorporar tecnología y, perversa e injustamente, era criticado por lo mismo.
Pero, cuando a principios de los años 90 tuvo un traumático pero único tipo de cambio, tuvieron la oportunidad de aplicar todo el conocimiento y la tecnología “incubada” durante años y la producción agrícola fue duplicada de 45 a casi 100 millones de toneladas anuales de granos desde la cosecha 1995/6 a 2006/7.
La leche y las carnes podrían haber seguido senderos similares después. Este crecimiento agrícola es moderno y sustentable, porque ahora se debe mayoritariamente a la productividad por hectárea, y es progresivo porque había desplazado, espontánea y naturalmente, la producción agropecuaria desde la “pampa húmeda” hacia el norte del país.
Generando así mejores condiciones de vida en las poblaciones del interior de muchas provincias del norte argentino. No debemos confundir al valor económico agregado únicamente según sus “formas de elaboración”. Hoy, en una vaca en pie, en un corte de carne de cerdo o en granos de maíz o soja hay energía, investigación, genética y conocimiento.
Ni hablar cuando además se transforman en harinas, aceites o biocombustibles. Percibir claramente ello, integrarse al mundo y, fundamentalmente, “entenderlo” e interactuar en el, resultan las claves actuales de un lógico desarrollo nacional de nuestro país y del concreto bienestar de la sociedad en su conjunto.
Castor López
Presidente de Recrear para el Crecimiento de Santiago.
Fuente: Grupo "NUEVA GENERACION MORAL"
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